Ella despierta con la ilusión de que haya sido un mal sueño.
Se cambia y va al colegio. No conversa, no juega como los demás niños, se sienta en un banco y los ve correr.
Llega la hora de volver...
No quiere regresar a casa, pero debe hacerlo. En el camino piensa si hoy será igual que siempre, si hoy al fin, será diferente.
Lo que pasa dentro es historia, es su historia. Es el eterno silencio con el que tendrá que seguir.
La persona que le dio la vida se la está quitando.
Quiere gritar, pero no está permitido hacerlo. Sabe que detrás de esa puerta todo cambiará, tiene miedo, mucho miedo...
Se cuestiona el hecho de haber llegado a este mundo. Las esperanzas murieron con cada palabra, con cada herida, con cada súplica y con cada lágrima.
Empieza a creer en lo que oye, nunca debió haber nacido.
Quisiera que con algún golpe termine dejándola en paz.
Una niña de ocho años hace cartas suicidas cuando en realidad lo que quiere es una muestra de amor.
Duerme pensando en que mañana ya no será igual, mañana ya no sentirá dolor.
Ella no odia, pero las huellas siguen, la huellas nunca se irán.
No le quites la inocencia a un niño. ¡No lo hagas!